La Poesía

Sé que un poema no puede quitar el hambre ni cambiar la miseria humana, pero su irradiación ayuda a vivir contra toda adversidad. El poema es un sueño que se materializa a través del lenguaje y se recrea en otras utopías en la vida diaria. Escribo porque creo en el mito ancestral y en el poeta como un guardián de ese fuego que es el único que nos devuelve el rostro y nos abriga . el espíritu: el hombre al ritmo de las estrellas y de la hierba; esa quizá es la única nostalgia válida. Sé también que intentar la poesía no tiene sentido si el que la pretende es un personaje antipoético, si actúa en contra de la vida: de ahí la difícil tarea: la poesía nos debe humanizar, sin que esto signifique una actitud ideológica, sino una estética de la existencia.
Pedro Salvador Ale


martes, 5 de julio de 2011

LIBRO DE POEMAS : PUENTES




                                   Puentes

Es difícil decir lo que representa para mí la escritura. Creo que es el testimonio de sentimientos sobre la realidad que he vivido en América Latina. Comprendí en la travesía del nómada involuntario que la única patria de los hombres es la poesía.

Nuestro espacio geográfico está llamado a resistir con lo más profundo y esencial como son el idioma y el lenguaje : puedo aseverar que la poesía verdadera está pintada, grafiteada, empapada de tormentas y de sangre, con los sucesos políticos, sociales, espirituales, mágicos y heróicos.
Es imposible pensar que la sangre no ha tocado nuestra palabra, que los hombres y mujeres que dieron su vida por esta vastedad deslumbrante, no aparezcan de una u otra manera: luchas, exilios, fracasos y victorias, contraderrotas y más sueños para humanizar nuestros días.

Es cierto, los tiempos son otros, pero la injusticia, la miseria espiritual y social siguen siendo las mismas. Desde esta perspectiva, viví el destino por la palabra: el poeta nace a las tareas humanas, pero jamás deja de ser poeta. Porque la poesía es fidelidad al hombre y al lenguaje: lealtad al verbo y a la conciencia; como una realidad en sí misma nombra el derrumbe humanista que nos fue dejando la persecución de nuestra cultura, escombros de magia y de sabiduría que rescatamos para defendernos contra los embates de la globalización de la miseria y de la banalidad. Lo de ahora es el sueño de siempre, hay que iluminarlo todo con la palabra, preservar la imaginación y el delirio, negarse a ser ruina sobre ruinas, cultura en exterminio.

A todo esto, la poesía se revela con un pensamiento libre, con su profecía del ser, con sus preguntas sobre un tiempo absoluto que todo lo abarca y lo recrea: la fatalidad, la memoria, el olvido, el amor, el heroísmo ante la realidad, el juego, la amistad, el deseo y la veneración: la luz del sueño que nos hace sentir que estamos vivos.
                                                                               P.S.A
                                                       Toluca, México, Septiembre del 2006

I

La vida cumple su promesa,
hace justicia desde su azar invisible,
pesa el dolor,
lo mide bajo las estrellas
que pactan el abrazo.

La vida se promete ella misma,
dura más allá del hombre,
de su historia rota como un puente.

La memoria es la que ama,
copia lo que vive,
la belleza que vence al dolor.

Maneras de estar aquí al paso
del mundo.
Una vida abierta de manos
hacia el pecho que busca un sueño.

Será tarde si el ser no se cumple,
para morir del todo basta nacer
en cada respiro: vivir, amar a solas,
nada más con este silencio
que a tientas guía, ilumina.



II


La serenidad del ser al cumplirse el sueño. El poder del amar sin distancias, el asombro de seguir vivo ante la vastedad del mundo.
Andar despidiéndose de los objetos, un sitio es de la mirada en que todo te pertenece y nada se oculta.

Un mapa llena tu sangre de puertos, de vuelos, de climas; ríos de sudores
son  polvo en los horizontes.
No terminan tus huesos porque la tierra no tiene orillas ni el recuerdo te da un ancla ni el fuego la ceniza,
la huella que dejas es humo, ni la muerte te alcanza.

La vida con los seres que no poseen nada, esto es el mito del pasar sin llegar al nunca.


III


Y también se levanta en un rayo el soplo que sostiene al cuerpo.
No sé qué sal marina se grabará en las venas con su constelación
de ancestros: por la palabra salen, cuentan desastres de su historia,
sueños en su causa: se develan nubes, barcos de lluvia en islas
que sólo el amor conoce.


IV

En un principio fue el puente:
se hizo tiempo o mundo
en que las formas aún eran
el sueño de un dios inefable:
sangre de luz, éter,
llama arraigada en un cielo


VI

El humo de la tarde envuelve las venas, enceguece el pan de los tristes
en la sordera del viaje.
Nadie sabe de la magia que trae el olvido ni del desierto que resucita en
el latido. La luz del agua virgen entre rocas de la lejanía.


VII

Detrás de la lluvia se mueve el tiempo en busca de su hueso,
más semilla, temblor de sed.
Suceder por los momentos, polvo de actos ,
sentir la muerte en su amorosa verdad, no cesar de ser voz
o memoria que a veces ignora lo que retiene,
por lo tanto vive en su secreto el dolor de saberse cierta.


VIII

El sonido de la lluvia al tocar dulcemente las rosas, es la voz de mi abuelo que habla por el hombre que soy,
rodeado de parientes que el invencible alcohol apenas adormece,
rodeado de ciudad aún con jóvenes migradores de cuerpo en cuerpo
habitando milagrosamente la infelicidad de los besos ásperos
como piedras que caen al agua profunda de la invocación terrestre.

Desolación de los días tranquilos donde los pájaros no se hacen número bajo el cielo.
 Y ¿ quién eres por la grieta del olvido en que la palabra de un dios es un collar entre ruinas?

Ahora veo a mi abuelo bajo un árbol de manzano con sus brazos abiertos
al vuelo en que desciendo:
el nieto venido del origen del mundo, desde esta mirada en que la música  de la lluvia me trae el verdor más antiguo,
con ese fulgor de los alados niños del delirio.

Y ¿ Quién en la ondulante luz anda? Mi abuelo al pie del árbol,
una isla del vacío, me suelta a las calles, este humo en que reinan otras arenas, los tiempos idos, el cielo desde mi ventana en silencio,
la tormenta sobre el relámpago.


IX

Calmar al loco furioso en su laberinto de sueños por donde
escapa la arena.
De cuál ceniza saldrá el ala que le falta al caído,
si lo real es abismo como ausencia a nombrar: el olvido
se empoza en la pasión, no hay pan ni aserrín de mañanas
donde acostar lo fugaz.


X

La voluntad en la estaca del hueso más antiguo
no ve nada en qué creer,
me toco el ombligo para saber
si algún día nací,
si hay un puente desde la soledad.

Me entero de la muerte sobre la vida,
como si lo único cierto fuese la ceniza,
la belleza no tuviera nombre.

La amistad padece tormenta,
los guerreros libran batallas,
no hay orden frente al destino,
el azar es una moneda, dos espejos,
la sombra es inútil,
se pierde la señal de los pájaros,
no se resuelve la luz en la manzana,
la mano que busca  no fue creada
a esa caricia,
es de otra piel en noches de insomnio.

Uno piensa en la bala a la que le rezan
los sicarios y que ser un buen hombre
se confunde con inacción,
lo malsano es no vivir,
hay que llegar al puente de la muerte,
al estallido de su esencia.



XI


La humedad de los días viejos en la hondura secreta. Un impulso de la memoria construye un fuego a cuyo alrededor los antepasados
se reúnen a beber y quemar historias, se levantan en otro resplandor
las profecías cuando la frente y el deseo se han dormido.
El tiempo es una hiedra, de cada forma hace un esqueleto que pulveriza los ciclos.
No hay fatiga. Nada más sagrado que besar la arena. Estéril abandono del
movimiento, acto sin gozo contra el pulso.
Entre relámpagos calcinantes lo mortal, sólo la palabra antigua conserva
su esplendor, el tenaz en su desamparo del polvo de los días arma su vuelo.
Idolatría de los caminos donde los pasos son la plegaria más antigua.
Humo de los horizontes urbanos, ya fantasmas que se adelantan después
de haber amado.


XII


La piel extiende su ser de fuego al mundo,
la luz secreta de su cuerpo.
Volverse loco por la mezcla del amparo
y la alegría de tocar la muerte con la saliva,
negarle la oreja, dejarla niña en su paraíso
de ángeles humanos,
olvidar el desastre diario, acariciar la puerta
del misterio.


XIII

El olor cuida su propio cuerpo,
se llama árbol, cabellera,
piel de manzana,
traza su línea
si no es humo visible para el olfato;
ese sentido piensa sin razón,
su puente
es un diálogo con el mundo.
Es la presencia del olor
en que la humanidad se envenena
o se cumple
cubriéndose de luz o de tristeza.
La vida huele como el dolor,
la alegría es cielo
alta bajo la piel
donde late el universo
su viaje sin retorno.


XIV


La hierba que mi madre cortaba en las tardes, el grito del pájaro furtivo en el viento
y el amor  de siempre en siglos de mi sangre.
Estrellas ganadas en los besos, un racimo donde soñar los vasos, un puerto,
una bala náufraga en un libro.
Dolor del tiempo bajo la claridad del día: una mujer hacia sí misma vuela.
Un solar con un limonero, bajo su sombra mi madre teje y desteje el país.
País de pasos en el vacío y lo extraño deslumbrante, lleno de hambre de olvidos, soñando que el viento lo enmascare con sus ropas de violencia.
Un llano sin nubes, un árbol donde la niñez se hizo pájaro, un instinto nómada, un hombre inocente;
tierra mía, ¿qué caminos te harán las líneas de mis pies?
La gente alrededor de su pasado quema historias.
El tiempo que cabe en un grano de arena vasto como el mar en una lágrima
o la redondez del mundo.
La memoria siempre vuelve a lo nuevo del ayer bajo la inmensidad del instante.


XV

La parte de vida con suerte te pertenece si se distrae la muerte
en la mariposa.
Se aparta lo que te vuelve oscuro, entra la profecía.
La paciencia sueña en su infierno los límites de la sangre,
todo miedo es íntimo en su vértigo, afuera de sí mismo
el mundo es triste en su inaplazable final.



XVI

El puente es tierra sagrada:
hombre, amor, sueño,
tener por diosa la tierra,
por nombre la tierra,
un cordón umbilical es la
savia, los frutos, los hijos.
Puente pequeño, igual
que la memoria es universo
en las entrañas
                 de cada ser vivo




XVII

El niño aquél aprende en las orillas del río la sabiduría del mundo. Allí pesca recuerdos que serán nuevos en sus venas como un torrente sin tregua en que surge hasta ahora.


XVIII

Qué amor habitaremos después, cuando la muerte coma trozos
de miedo, no seamos ni deseo ni hueso ni creamos al fin
en la frontera.
Porque la memoria sólo pesca para inventar lo que no fue.
Cómo es posible habitar un cuerpo así, en este instante
con un pulso que tiembla sus ancestros.



XIX

El ángel no quiere destruir su sed, lo vivido le hace crecer las alas,
habitado por lo posible, lo envalentona el día.
Cómo vibra la memoria por ser algo más que asombro,
andar por el tiempo sin darse cuenta, su búsqueda es instintivo sueño.


XX

Navegador sobre las calles del horizonte, pule las horas desde las botellas, sale de la violencia de sí mismo, con la aurora sobre los hombros.
Qué zapatos duran en esta travesía, en actos de vivir con manos a levantar el dolor de ser libre.
Al sol  se escuchan los que nadan en lo real, el chirriar de motores, ruido que afirma la materia.
Calles, polvo de los días sobre la espalda, viajeros insaciables por la urbe  que se enceniza en túneles del movimiento.
Se entierran las puertas, crece el olor metálico del infierno de la ciudad.







XXI

Sin nostalgias de lo vivido
los veinte años vinieron
y se fueron en viajes
a otras latitudes;
volver al ombligo materno
no se puede,
verla y verme joven, ya no.
Se pasa de un día a otro
por un puente de horas
del que no se regresa,
sólo la mariposa
es un instante de luz
que permanece,
sólo el pétalo que cae
volverá a ser nombrado
por la lluvia.
Pasar, no verse
en la gota incólume
del espejo,
quedarse, ser inmortal,
es vanidad,
pasar es ser joven
en el tiempo,
sólo quien fluye vive,
quien detiene la memoria
en antiguos pasos
muere
antes de su muerte.


XXII

La voz abre el vivir, el silencio es del mar en su fuego sanguíneo.
No cambia la pregunta si no es beso, sueña la mirada con ser
frontera. Así se aquieta la muerte en su presente.


XXIII

Quien vuela ya  no siente los huesos. Aquí se queda lo que no conoce
la luz, es oscuro y gozoso su vivir: tantos rostros tuvimos que los
espejos ya no tienen memoria.
Sin nadie nacimos, traer los ojos con otro paraíso, amados por el viento
cruzar esta noche. El adiós tiene los peces del mañana ya en su red.
Nunca miente lo que no fuimos.


XXIV

Las jóvenes buscan su doble
en la piel que las atrae.

Sólo la luna las abraza,
ellas toman su poder celeste,
sin recuerdos es el amor
necesario a la mano que busca
su ser en otro espejo,
el ahora es la edad que existe,
sólo el que vive no sucede,
su tiempo es de pasión en música.

Las jóvenes pasan
inestables en su gozo,
llevan el horizonte en los ojos,
el azar de la ciudad
una sed que ningún cuerpo cumple.


XXV

El tiempo tiene los matices del día. En su forma con palabra cae a cubrir el abandono
y decanta lo que estalla.
Del misterio viene, como la sangre seduce al ciego que piensa que el mundo es cierto y no sabe que el olvido manda.
El tesoro es la ceniza sobre los objetos que tardan más en fugarse de la mirada.
Despojos que fueron y ya no son más que vino de huesos que beben los ancestros en el movimiento sin fondo de los caminos.


XXVI

Los frutos resplandecen, signo de la esperanza, sueño mordible,
atisbar al otro lado de la forma, deseo conmovido por apresar
la ternura.
En el pozo la sed se realiza por el abismo, en la palma de la mano
está escrito lo absurdo de la muerte, el amar lo fugaz,
líneas del vivirse por ausencias,
cazando imágenes tan errantes como canciones muertas.


XXVII

Hace falta amar para estar joven,
vencer la muerte,
nacer de una vez
sobre todos los nacimientos,
los latidos;
serás quien vive
en la idea del sol,
en la imagen carnal
del pensamiento
de un dios sabio,
en su luz acariciado
por el placer
en vivencia de resplandor.

XXVIII

Uno escribe en el viento con el lenguaje de los pájaros. Existe el que escucha. La canción es de este sueño de amar el polvo.
Qué permanece en la piel con sus lluvias y sus fuegos: deseos sin límite con la soledad de quien regresa a su memoria para hallarse.

XXIX

Qué cicatrices se traen de la infancia rota por los costados del ser:
fantasmas se agolpan en la palabra por un alimento
que los exista más acá de la nada.
Si sufrir es ya nacer a este día como afán en pulso,
a despedirse del tallo, de la ceniza a ser vuelo.


XXX

El horizonte es un puente, resplandece en un adiós
o hasta siempre o en el abrazo del que regresa.


XXXI

El destino cambia en el vuelo de los pájaros. La locura de ser por la palabra, de seguir las orillas del mundo, de llevar los rostros del amor que se idolatra en el lecho, en calles donde la furia es la manzana que muerden los sedientos.
Los fuegos del día deslumbran la voluntad de sombra, llueve para que se parta en dos el sueño de vivir, coincidan el pan y el abrazo.
El azar es un deseo insaciable en los huecos del tiempo.


XXXII

La oscuridad sin causa en que soñamos este instante en su extravío y la obstinada certeza en que la desnudez de lo real es el viento.
No tener un encuentro cierto, no hay asidero ni salvación, la vida se pierde en un  sólo juego.

XXXIII

El girar perpetuo de los seres alrededor de tu ansia, vasta como el tiempo en tu huesito cantor que todo lo sabe y lo olvida.
Ansia llena de sí misma une sus misterios a las cosas que huyen del firmamento.

XXXIV

El puente era verdad antes del soplo
o trozo de luz del entendimiento,
era tan cierto que aún el caracol
dice su espiral ascendente
en las galaxias que se nombran.


XXXV

Ver sin secreto el amargo amar, su resignación regresa
al origen: milagro por el doble filo del ser: parca luz,
número que no determina, sino que abre el azar
donde toda  huella es ala sin memoria.


XXXVI

La conciencia es leve como el agua entre las manos. Surge de una piel niña en su vuelo. Los huesos se sostienen por el sueño.
Los pasos pasan pisan el polvo del ayer sin memoria.



XXXVII


Aquel que no fuimos es oro perdido. La vida pone su claridad,
con sufrir mide el rodar en distancias del niño que habita
el vacío: su desgracia es inmensa  para tanta inocencia.


XXXIX


¿Quién trajo este cielo al centro de un vaso?¿ Qué constelación escribe en tu frente el deseo de no repetir tus actos?

XL

Las viejas jóvenes miran con malicia,
son vida ante un mundo de muerte.
¿ Quién dirá lo que sus ojos vieron?

Vieja es la que duda del aire
de los horizontes,
la muchacha sin sueño,
si el sol no la toca,
si no se desposa con la calle,
si la noche no despierta en ella
esencias de su luna.

Las viejas jóvenes no dudan, saben la piel.

En la joven sus besos son como olas,
su olvido como el mar,
su deseo un río que no aprende a ser
espejo:
el mundo sin ese puente es un desierto.


XLI


El aliento mueve la estatura del que se va, tiembla con su arena
en forma de ombligo: hilo gozoso en el vivir.
Se aspira ángeles cazando almas, así el amor presta su ceguera
al que ve lo cierto, la verdad que se vuelve cicatriz, instante
en que la arruga se detiene, pide su migaja de eternidad
como un pájaro que se sostiene por el abandono de sus alas.


XLII

El resplandor  crece en las lluvias vagabundas. La ciudad surge de la bruma y alguien regresa desde un país  a su imaginada puerta.
Tiene fe en el viento, recuerda la ansiedad de los vuelos.
Ese hombre habla del laberinto donde estuvo preso del ayer.
Corta la sombra y bebe el agua en la copa de los cuerpos,
enseña los caminos dispuestos en las líneas de la frente.
El rito del beso a vencer la muerte. Vaga en busca del tesoro de la belleza: el don más certero de la tierra. Nadie responde a las nubes que interrogan con sus pájaros migradores. Los días se abren en formas vanas al que despierta. El instante es el filo de los mundos.
El tiempo decanta, mas, el que no tiene espejo en el sueño, no muere.


XLIII

La otra que viene del adentro es la verdad sin principio ni fin.
Uno es y se congrega el sueño, las mentiras del ser,
no todo es inocencia,
sino desgracia en huesos: más caña contra el viento.


XLIV

Miraste cuerpos ilimitados, la perfección del libre,
al mar con su perfil de madre,
más allá la tierra de femenina claridad,
una mujer bogando en el dolor como un pájaro.


Negar el dolor es no saber, asumirlo es tocarlo,
deshacerlo en su rosa.

Dominan los ecos del viento en el basural,
voces sin memoria anuncian el fin,
será triste amar o ser amados después de muertos.

Hombres construyen
murallas de amargura
como bestias imploran su muerte;
más allá la ciudad, seca,
rodeando con su artificio a niños presos,
atados al recuerdo de un bosque.
El humo sube:¿ podrán los besos repoblar la vida?


XLV

El azar de lo que fluye en formas, en el sonido de lo que se gasta en la vastedad de un cielo material.
Las manos con utensilios en sus apetencias humosas, abren los vasos
con racimos que pierden el sentido.
Todo esto golpea con sus lenguas en el esternón y nacen los asombros
en la cacería de espléndidas bocas.
El misterio de existir es el ciego guía por los alcoholes del sueño.

XLVI

La lluvia de hojas del otoño come de la muerte
como de la palma de la mano,
en llorarle por su espalda todo el tiempo
de la tierra, en ponerle amarillo a su pensar,
a la carne triste del que espera abrir el día
con su pulso de llave.
No hay razón para el cese del dolor, se detiene
lo que muere.
Somos el otro del espejo, el que niega sus ratos
de ceniza; lo que nunca fue estatura finge
dejarse caer en tierra, más allá del sepulcro
la separada inocencia de vivir.


XLVII

El aire que vive de sus antiguos alientos borra y crea las formas del pasado.
Ciudades se hunden por el peso del poder, nadie regresa a lo besado,
si no bebe el vino del instante, no se comprende la herida de no ser
hasta la muerte.

Extraño es el mundo, no las cosas que amas por los sentidos.
Los rostros pasan en su destino cierto, van a puerto seguro,
hacia los platos y los cubiertos, hacia el abrigo profundo de la mesa.

Y es tan dulce la lluvia sobre el latido.

La travesía al aire recobra las imágenes de quien pasa.
Y no espera nada si el tiempo te pertenece, si el don es tu deseo animal,
como esos árboles, los pájaros al viento, la calle que pisas,
el firmamento que responde al abrirse una flor entre los muros .

XLVIII

Indolente ese puente del mar, en su orilla los hijos  del sol
desnudos danzaban por la fertilidad de los dioses.
Sólo la concordia era el latido sin frontera, sin bala, sin misíl,
“nada más ese camino sostenía el peso del amor”
dijo entonces el aliento girando en torno de las estrellas,
el rocío sobre los helechos y los olivos.
Antes que la música fuera el nacimiento, algo de resplandor
llevó el aire , nombrados en el mar fueron nuevas criaturas
y a semejanza de un puente la palabra hizo mundos
que ahora se llaman historia.


XLIX

No puede salir de la trampa de la memoria el niño perdido.
Su claridad se derrama por la risa ante el asombro de existir.
Toda ausencia tiene su medida en la piel, el dolor no sabe
de distancia, no se resuelve en el mundo.
El pulso es sol herido, no hay inocencia lejos
de la secreta caricia, sólo habitaciones, prisiones,
cerradas desgracias en que el sueño cae y el vértigo ocupa
el lugar del viento.


L

Los objetos, las cosas que fueron giran con su silencio,
impermanentes como las nubes y las cortezas que escucho
por su sangre subir hacia el follaje.

Lleno de sí mismo el tiempo se vacía por los conjuros del deseo
y es furtivo por el mapa del cráneo, en que los animales adorables
se disputan la sombra del sueño de ayer y que no será
el peso del universo.

Ando con pasos de ciego en busca de mi rostro en otros ojos
que no ven
sino que son parte de una memoria que así eligió mostrarse
y es una gozo en esas zonas en que todo se separa
bajo el vínculo terrible y confuso de lo posible.


LI


La guerra se ha fundido a los hombres,
el mundo entero ha muerto, no la vida.
La sombra invade la historia oficial,
no la belleza.
La ceniza piensa lo que en sueño fue,
no el árbol de amar, que verdece,
resiste, es un rezo en medio de misiles.
Cataclismo el mar dice,
no sus criaturas, su sal memoriosa
de mieles.
El hombre aspira materia,
no el aire de oro puro.
La voracidad encarnada dice muerte,
viento frío,
no el aliento fervoroso,
voz a durar como el sol.
¿ Quién amó al hombre alguna vez?
Criatura en desamparo de sus hambres,
no el que en sentir piensa el amor.
Nadie lo sacia, sólo la muerte que ignora,
ciego no la mira, desvelado de infamias
sueña con el fuego que lo alumbra
y no vislumbra.
Amar es una memoria que no piensa,
es un puente, imaginada luna en confianza,
consume sombras atadas en el baile del que
vive.

LII

Apartar la noche, ir a otros espantos de la luz, allí donde se amoran
las preguntas.
Somos tantos al amar el sin sentido, al correr al dolor,
ese pájaro de mal agüero,
al beber del sueño sus alcoholes, al inventar los misterios
del instintivo temblor: vivir en este refugio de causas a la intemperie:
migajas de contento al perdedor que nunca juega a ganar
sino a ser el que camina.



LIII

Sobre los días amados siempre habrá tatuajes con el polvo de travesías,
ya no será  un cementerio de ancestros, ceremonia del instante
en que los cuerpos chocan como guerreros y la lujuria y la avidez
son un vuelo.
¿ Quién escribe con una luz de adentro sobre la mesa?
¿ Cuál es el sueño absoluto, sino la vida?
La desnudez salió por fin a las calles y el hombre sabe que la belleza
lo enardece con su fuga, con el resplandor latente de las cosas
que son la escritura más delirante del abismo.


LIV

El puente de uno es la luz del otro. ¿ Existe un espejo que muestre
el rostro ya no sido o que fue ayer?
Reflejo en el llanto del tiempo que se aleja a otra fuente mayor.
La verdad desaparece en su fondo de ausencias.
El tiempo no responde si no es con ceniza y su pájaro sólo es
formado en el vuelo.
Ferocidad de lo imprevisto. La memoria no tiene cielo ni caminos,
se rebaja a ser olvido, mas, si todo huye,
ella graba otro laberinto en lo que siente real.


LV

Vivir sin cesar un final: qué agujereada sangre dará su última hebra,
al considerar hermanos ante el día al pájaro, la nube, las hojas.
¿ Qué se aprecia sino el vacío?
Con rostro de animal gime el otoño: memoria de los años sin huir
de su prisión.


LVI

Amigos:
hay que besar la tierra que perdura,
por los besos rodados
de todos aquellos que son polvo y
que de besos se alimentan
de nuevo, creados.

LVII

Lo que corrompe perturba los ojos. Ofrece sentires de arena presa,
sacan horas del ombligo y vaga un alfiler con su ojo de ángel.
La mirada devuelve los nuncas al amor cansado.
No se escapa el pensar, como un perro atado a su soledad.

LVIII

En el muro se posa un caballo de viento y hojas, retumban sus cascos
en hueso vertical con sus pastos.
Bebe de tus ojos las antiguas travesías.
Caballo detenido por los acordes de tu latido.
Sus ojos buenos como de un ángel o de un dios nacido de los muslos
de fuego.
¿ Dónde está el ritmo del sol y del firmamento?
Aquí la mujer a la que la lluvia conmueve, de su piel hecha de las cosas
besadas salen las palabras que definen la soledad
como un caballo de viento y hojas,
parado sobre un muro de lluvia que deja el mensaje de partir.


LIX


Ser: olvidar sin tiempo, desamando vivir otra luz.
Amo porque allí van todos los caminos.
¿ Quién se detiene en su no ser?
La muertita de palabra todavía canta su ayer
en el revés de su memoria, se evaporó en ausencias,
se borra en esperas,¿renacerá de sus cenizas?

LX

El cuerpo deja certezas,
lo inesperado no se acaba,
su eje de estrella
es todo el tiempo,
ni la pared, ni el espejo,
ni el horizonte
nos imponen la desgracia.
La armonía de la inocencia
es un error,
un pozo cada día,
hondo en su misterio.
La luz muere cada instante,
es una señal,,
el secreto de la muerte
que saben
las semillas calladas;
el tiempo corroe
las máscaras,
adentro de la mirada
el recuerdo
de lo no vivido,
un puente,
un sueño,
la última mentira.



LXI

¿ Quién se esconde en la fortuna sin nombre,
habla del fuego si el tiempo enceniza
la médula?
En el cuerpo roto se conoce el espíritu:
la magia detiene la razón.
La muerte toca la estrella del loco,
ese filo corta lazos.
¿ A quién conocer si no eres?

LXII

El ayer esconde al otro que fui,
él no evoca venganzas,
sólo la victoria sobre un dolor
¿ acaso hay otra?
Desamparo de amar hasta el fondo
y desamar lo poseído.
Aún no sé a quién conocí,
si aprendí la lección del olvido,
si respeté la mano tendida
en la muerte viva de la hora.
¿ Qué es esto?
Las palabras no deben encenizar
a quien se levanta amando la vida;
dije aún en sombra la nostalgia
del vuelo.
Si escondí el rostro en el espejo
fue por una música que nombra
al puente,
sirve la espera al gesto intenso
de ya no ser.
Nadie me llama bajo el vino amargo
de un destino triste,
en el sueño palpitan alegrías,
no soy una sombra,
no quiero dormir,
sino soñar lo no vivido.


LXIII

¿ De qué color era la muerte que me buscaba el sueño?
Y cantaba y vendía flores en el parque, esa muerte,
sus ojos eran como el más espléndido amor.
Conjeturas inútiles bajo la lluvia que no te trae.
Estas palabras mojadas, untadas en sangre, no sirven
para que el corazón no se hunda en su oscuro esplendor.
Con un poco de estrella o una cabellera me conformaría
el pulso.
Con la lluvia se moja el azar, no hay más tetas que las
de esta muerte que no afloja su fuego.
¿ Cómo apagarlo, si yo mismo soy su llama?



LXIV


Al estudiar los sentires más viejos
un loco quiso saber
cómo amar el puente desde el trébol
a los puntos cardinales y de estos
a la estrella que la mirada alcanza.
Y del tiempo angosto en la piel
al movimiento de lo real :
el loco escribía sobre las líneas
de la lluvia
para que sus mensajes llegaran
a otro horizonte;
espera desde entonces
una respuesta
que le de sentido a su extraño,
misterioso juego.


LXV

Se siente la sed del nacimiento,
la búsqueda traspasando el espejo
de los libros
hacia el primer grano de arena,
semilla,
gota de agua
en que el cráneo es apenas
un tiempo que cae
noche tras noche
por los ojos
hacia
la blancura budista de la página.


LXVI

Una mano sola no basta al amor,
está lejos de sí misma
si su puente no es el sueño,
pone triste al que sabe
que perdió los labios,
no los encontrará en más calles,
el árbol será otro en sus ramajes,
los amigos regresarán
de su carta echada
sin más dueño que el azar.

El olvido tiene suerte,
ser niño, amar como un hombre,
entrar al abrazo,
a ese país recuperado.

Estamos condenados a ser libres
amando,
maravilla de la condenación.

El amor tiene tantos rostros
como seres que amamos,
se despliega en las cosas,
las utiliza como verdad útil,
es una luz filosa
que a veces da pena,
si no hay fe que la sostenga
al vuelo.


LXVII


La locura de vivir la espiral del amor que no apresará el ombligo.
Todo lo que mata es el mañana y el sentir de no haber transgredido
más reinos.

Sin saciarse nunca del misterio, perdurar más allá del sonido goteante
del latido, del pavor ciego de los cuerpos.

¿ Quién escucha los pasos de sí mismo sobre la arena de lo que fue,
se extraña de ver el instante en las alas del colibrí, en las mieles que el animal de la lengua evoca?


LXVIII


Los labios son nuevos al mover el amor, no tiene vejez si
su herida es la miel.
Sí, los labios sostienen al cuerpo por la voz,
llena  de luces antiguas que muestran el milagro.
Lo ciego es no ver la muerte, su movimiento fantasmal.
La verdad es nombrar los abrazos, ver la gracia del polvo,
besar en una herida el abismo.

LXIX

Cada respiro y la distancia que escribes con tu voz: una frágil nube, una delgada lluvia que moja los bienamados días
en que levanto el sol para dejarlo en tu piel.

A solas voy y el recuerdo tuyo es mi destino. El fuego me hace triste si no están tus manos, discípulo de tus labios intento cavar en el agua de tu nombre.

Porque mis huesos están firmes en el sueño, no sufro de la muerte.
Sólo tiempo es la moneda que me entrega los dos rostros del ser.
Quiebro los besos en cuatro y me defiendo del oficioso dolor.

No estoy vencido, milagro es mirar la lluvia, sus anhelos de golpe en la tierra.



LXX


El amor rompe con luz la mirada, ciego es en plenitud
el ausente, el que quiebra los vasos del miedo,
se hace hombre al untarse de ternura las manos.
Todo sueño concluye en pañuelos rotos por la urgencia
del llanto.
Presente que nunca será mañana,
la nada arde en su sombra irrevocable.
Sólo el que ama se atreve a ponerle suela a la esperanza,
darle vueltas a la muerte.


LXXI

Cuánto dice la enfermedad del que vive devorando sueños.
Ni metas ni aromas en cuerpos en su límite de tiempo.
Nada se cambia por el buen morir, al final el polvo es dueño
de los ojos.
Lo bueno del besar es pronta herida del abismo.

LXXII

Los pájaros no tienen número bajo el cielo. Nadie se salva aunque su estrella sea grande. El escarnio del tiempo no tiene piedad,
sobrenatural se ofrenda al viento que modela el polvo de las cosas y
yo con esta música de espíritus que chillan por los pájaros dolientes
en el abismo del hambre.
Sé que no muy lejos, vuelven en siestas melancólicas los ángeles
a cantar bajo la lluvia sus ocios carnales.

LXXIII

El amor está cortado en dos, te pertenece su rodaja amarga
en que no eres sino lo oscuro de su historia.
La media naranja es mitad luz, mitad distancia,
hablamos de un posible cuarto en que habitamos la miel.
Cómo saber qué lado es oscuro con oscuro,
historia del latido, piel o hiel, si siempre se vuelve del triste
viaje de conocer, de navegar por unos ojos el íntimo final.


LXXIV


Después de los deseos no queda nada. Los olores del amanecer en lo profundo del insomne.
Sorprendente como el resucitar, el hombre loco por el estruendo del trébol,
el cristal en la lengua del alcohol. Sólo despojos de la niñez
atesora lo cierto.
El brillo del mundo en los demonios adorados en cabelleras fugitivas.
La pasión por el sexo que se mecía en profundas aguas, en el aliento,
la miel del ocio en el vínculo de hermosos cuerpos salidos de la noche.
Inconstancia de la memoria que sólo mira el horizonte de los seres y de las cosas.
Y los ama con su lengua íntima, insalvable amante de la lejanía
con sus espíritus mareados
por la melodía de una flauta en la escritura de la arena.


LXXV

Se acuestan en la sábana del sol los muertos, nadie goza,
se cumple en su límite de luz, la nada es como dolor nuevo:
no se aleja, no deja vivir: la herida no es lo vivo, sólo se
sabe la sangre.
El amante como un héroe en harapos, busca una palabra
con zapatos que lo renazca, devoradora invente un cuerpo
como el mundo.


LXXVI

Qué sabio es el amor desde su oficiosa tarea de sentir, para que el viajero se enamore, hunda la soledad en la lengua de la entrepierna, franja de los muslos en que se une el infinito con la tierra, hasta que la música del temblor genital sea una galaxia de ancestros que vuelan por otro cielo,
prolongándose en sangre, herida del nacimiento, sueño de andar lo perpetuo,  por la fragilidad del latido y la circunstancia del azar
que estalla en la velocidad de la tierra.


LXXVII


Cómo hablarte, desentrañar los resquicios de tu latido,
saber lo que piensas, sientes realmente,
si tu silencio es de agua vencida,
si tu voz ya no nombra las cosas,
si lo turbulento te apasiona, te induce a no ser más
que recuerdo.
Qué triste papel de quien escribe y no puede abrir
el misterio.


LXXVIII

Sábanas tatuadas por el semen en la certeza de los besos.
La avidez del latido por la noche, amar un cuerpo con sus
apariciones memorables,
con sus ojeras de vino donde el deseo se venera.
Es el abandono al destino de  un ancestral vuelo.
Viejo desencuentro donde la lluvia cambia tus pasos,
jugador del tiempo en que cuentas las aristas del mundo,
en cada cosa velas por la imagen que será como un recuerdo
en una fotografía.
Sabes que no se regresa.¿ Los pasos que diste?
Cada cosa es un puerto, cada estancia, cada respiro.
Sólo el amar justifica las ausencias, no es vana la arena si cuenta y
en ese cuento de contar olvida tus abrazos,
si pule contra la piel los recuerdos hasta arderlos,
donde la voluntad de un dios propicia el instante de la saliva.
Nada termina por la insaciable sed de extinguirse.


LXXIX


Ella es inevitable por su pasión oscura, la amo gozando
de su embriaguez por lo fugaz,
por lo que calcina en el no ser,
así vive en su piel real y lo que ve y busca no está
en ningún sitio.
Ella sin pensarse, sin saberse anda los infiernos,
sale viva de tanto azul, ese es un cuento,
ser el cielo terrestre, hembra en lo dicho,
donde el olvido de sí la hace ausente, mas existe.

LXXX

Dentro de mí ella persiste en su ser, despoja, desvasta
toda mujer contraria a su sueño, a las manos de besar.
No hay silencio de amor, es del abismo la poesía,
ella golpea la puerta del esternón, y con su hilo de voz
caza su instante, por vivir, por soñar en su torpe ala
que la precipita a nombrar la fuga de sí misma,
acaso adiós en fallido vuelo.


LXXXI


Qué te pertenece de mí sino tus ausencias en que no eres ni silencio
ni causa ni temblor. Esta conquistada pasión en que bebo lo amargo
del no ser.
El sentir no puede arrancarse de su ley y cuánta lucidez
de vencido hay que guardar para abrigarse de la fría verdad,
si desespera el olvido de existir.

LXXXII

Así como Pellicer al recorrer la selva del cuerpo,
cada hombre cada mujer puede cruzar el puente
de su propia piel,
leer poesía, el cosmos en un vaso, abrazarlo todo,
sentir la lubricidad del sol maduro en el rostro,
en el aire nuevo de inmortales ciudades.

Allí viene la muerte con un ala,
sombras de dudas le construyen un vuelo de ceniza,
un horizonte apunta al latido con filosa belleza,
Pellicer abre sus brazos, como un mago proclama
la vida del cuerpo, el puente del beso.

Cada hombre, cada mujer, como Pellicer no se irá
en vano con el alto rayo en la frente,
será historia dulce como un río que no muere,
ardido de huesos como el árbol de la ceiba
que alumbra y no apaga su fuego verde,
aún con el brillo de amor en la mirada,
en la garganta la voz como otros labios de claridad;
Pellicer supo que para vivir basta nombrar y que
a uno lo nombren, ser aliento de verbo sentido,
es por otro por quien amas,
una porción de miel en la hora de junio,
un pleamar de sangres, de voces nuevas que suceden.


LXXXIII

Hoy no te mato ni te resucito, el amor ignora su imagen,
trabaja en el pasado, saca fantasmas muertos,
desprendidos de su origen.
Matar o hacer vivir son dos modos de la paciente nada.
Doloroso es andar por los costados del cielo, de la tierra,
inventándose  por ser, por abrir el misterio como una
puerta prohibida.
Y así saberse un poco más, ni vivo ni muerto,
andante por el agua de lo real, lo furtivo.


LXXXIV

La boca con su misterio, siempre inventando la rebeldía,
el alcohol, la aventura.
El abrir la oscuridad  con la maga del gozo que ofrenda la belleza.
Y yo, entregado al horizonte de sus muslos, a esa hembra imperfecta
como la permanencia, dulcísima al abrigo,
sin otra mentira que el deseo, la secreta unidad de la vida.

Con la caricia indomable del que vive  por la entrega.
¿ Qué música en la memoria tienen las apariciones amadas?
Todo es silencio en el sentir. Es barro el ángel en el ramaje de la tarde.
¿ Qué pieles se juntan, aman, arman el íntimo vuelo?
Ningún abismo tiene el poder del tajo amoroso por donde llegar
al otro lado de la muerte.
Cifrado poder de las cosas. Nunca bastarán las invocaciones al placer.
Veo un sol entre la lluvia y me pregunto:
¿ qué será del río de piernas abiertas al bajar con ancestros
 murmurando entre las piedras?


LXXXV


Saber la plena marea en que los matices del ser son actos,
sentires, reflejos, la mirada toca la hondura.
Amar es dudar todo el tiempo del suceder: no hay
estrategia ante el mar: ser gota de sal en la frente del
infinito.
Y ella se parece tanto al sol en la siesta, entra de golpe,
zarpazo de sudores, de galaxias en reposo.


LXXXVI

La muerte ignora su sabiduría. El pobre amor le conoce los ojos
y los encendidos pájaros espectrantes a la humedad de los
cuerpos.
La ternura se llena de paciencias, fija el ser abierto, infinito,
en desprendidas horas, un soñar secreto.


LXXXVII


No sé que pueden envidiar los dioses
a los hombres,
si el poeta sufre lo adverso
como un guerrero,
su honestidad con la palabra
le otorga
lo inmortal en la memoria,
donde ni los mismos dioses caben,
sólo la poesía, ese puente
en donde ellos quizás sean nombrados.
Mas ahora no hay dioses,
el poeta es el guardián
de aquellos mensajes
el fuego antiguo
que preserva el asombro
de crear mundos, de vencer a la muerte
y enseñar su amor a ciertas cosas,
eso es todo.


LXXXVIII

Pasión por los castillos de naipes que arma el amar,
cuántas veces deshechos en el temporal
de lo nuevo, en la obsesión desolada del deseo.
Es el paisaje para un ciego que erige la belleza
desde otro reino.
La sed nacida del instinto en que sólo el tacto de la
lengua consagra la inmortalidad,
enlace de los pechos en el fulgor de un sueño,
cuyo secreto es el viaje, aquello que lo estable
condena y que el nómada elige a vivirlo en vuelos,
gozos, distancias;
perdurar por la gloria de cada latido,
ese tambor de la verdad que vence a la muerte.


LXXXIX

Los amantes atraviesan el tramo del instante,
sólo hay horizontes en sus ojos,
el día es una cadera ,
 recorre sombras de ausencia.
La palabra nómada del latido, sólo el silencio
es saber, lo real dice lejos de la piel,
hay paciencias, alimentos del cielo
a la altura del lecho, donde los actos son
pájaros caídos al reflejo del agua
en que se puede ser nadie,
sin atarse al nombre ni al adiós.


XC

No creo en la presencia ausente, aunque su realidad muerda
con furia. El amar con distancia es inútil.
Quiero el amor que habita zapatos, la desnudez al frente,
de persona parada en su temblor, vibrando en su ser
la sangre y la luz.
Cuerpo total con sus recuerdos, sueños trepando por mi pecho,
el tacto que intente detener al mundo, la saliva que crea
contra la muerte.
No me gusta la distancia, es la metafísica del tonto, el azar
con su posible derrota, la magia presa en el cerebro,
creo sencillamente en el abrazo, en los labios, en las manos
que dieron todo al mostrar sus caminos.
Creo en la palabra natural en el aire. En la mirada profunda
que nos enseña a amar con el calor en la piel,
en el aliento cerca de ser luz al cerrar los ojos y el olvido.


XCI


El pasar incontrolable por su poderío o leve en la ceniza,
es el retorno de la forma hacia el vacío,
quizá una geometría de pájaros sobre el ojo de la fuente
que junta números en lo fugaz.
¿Qué se esconde de lo desvencijado por lo invisible?
El deseo con su enigma moviendo la fe,
la semilla que a desnudar la belleza invoca.
No hay más herida que los senos en su copa de hechizos,
la ambrosía de los justos en el pubis voraz,
en que la piel se pierde para ganar, morir, vivir
el asombro de lo implacable,
el retorno de la forma hacia el vacío.


XCII


Desnudo al amor a vivir sin castigo.
Miseria de tanto querer ser, y no
estar en pacto de un sueño,
ni en suceso de polvo al viento.
Así ningún sacrificio es posible,
lo que arrastra el infinito
no es la tierra
ni las ciudades con sus fantasmas
en piel prestada,
sino que se va lo no amado,
como sed de nunca acabar.


XCIII


La mano escribe, deja su huella de voz
que desde el silencio dice.
La hoja en blanco es puente de arena larga
que escapa de un reloj.
¿ Cómo levantar estas palabras,
ponerlas en el pecho de una memoria
que las invoque?
La mano tiene un rostro que ama,
cabe en ella la sonrisa que fue más luz,
la mano abierta en alto como una estrella
se opone al silencio y llama.
Mas el tiempo es inapresable
entre actos de sí mismo:
                  la vida encarnada, se dispersa.


XCIV


En menos que canta un cigarro en el humo
se cruza del amor al desamor:
puente sutil, peligrosa ausencia:
cansan los recuerdos,
uno a uno apuntalan otra latitud.

Hay un abismo donde la piel duele,
el pulso enciende en el pecho otras señales.
¿ Y qué será olvidar, andar ciego para no ver
parecidos rostros, lejanías mudas?

¿Con qué sopa alimentar, darle al sexo lloroso
con un hambre  de sueño
que no se quita los zapatos?

Caricias allí, al otro lado del puente,
no mires hacia atrás, serás congoja, sal, estatua,
no se moverán tus manos para tocar un cielo.

El tiempo vale la pena, no hace falta ningún
insomnio, la urgencia es la lentitud de partir,
no habrá más jaula de recuerdos :
un pájaro cantó el olvido,
un miedo rompió en llanto
al otro lado del puente.



XCV

Al fantasma
los disparos no lo alcanzan desde la memoria,
se esconde tras una imagen
mientras las manos hacen dibujos en el aire,
toma vino, sonríe, revisa las sábanas,
me llama por teléfono y no me responde.

El fantasma abre la lluvia para que nos bañemos,
escribe con mi mano su propio recuerdo,
escucha música, baila,
despierta cuando cierro los ojos,
duerme en el momento en que lo extraño.

El fantasma come los besos que pongo
en el corazón de otra,
miente todo el tiempo su propia ausencia,
tiene tus labios, camina por la noche.

Hasta que la palabra olvido
lo caza en su propia muerte de fantasma,
la piel del fantasma ahora ya no tiene alma,
su alma es su espejo
y su fantasma.

XCVI


Puente, voz más allá o más acá del lenguaje,
diría que oscura luz, no fuente, sí herida
con el espejo de la página,
resplandor cuya imagen provoca
una llama milenaria que alumbra a la palabra,
vértigo que se hace destino,
ya sin la mano que escribe indecible,
palabra oculta entre otras palabras, puente.


XCVII

Decidiste morir, quedarte al costado,
ser velada por el perro de tu miedo,
no soltar el sueño de tu vuelo.
¿ Qué nada en el agua de tus ojos?
¿ Dónde se fueron los ríos
que amamos juntos?
¿ Los ríos de la verdad abierta de
piernas, la lluvia que encendimos?
¿ Por qué tanta tristeza te nubla
las manos de amar?
¿ Estás en la noche cubierta
de vergüenzas? ¿ Por qué lloras
si no estoy en tus pechos?
No soy el vigía de tu muerte, sólo
el ángel ausente.
Mi recuerdo tiene una paciencia
que come de tu dolor.
Aún muerta, al otro lado del puente
te espero.
Si tengo carne de fantasma nadie
me verá a tu lado, carne de ángel
no llorado de frío.
Ah muerta, velaré la llama de fósforo
de tu amor, si no se apaga,
cruzaremos al otro lado del puente.


XCVIII

¿ Qué le pasó a tu voz que no se hace luz en mi cuarto?
¿Le cortaron las alas o la lengua que es lo mismo?
¿ Se la cortaste?
¿ Qué tijeras pudieron cortar el agua?
 Esta sed de mis oídos ya escucha los bichos del desierto.
¿ Tu voz niña aún para mi pulso se hizo vieja de pronto,
bruja se hizo?
¿ Tu voz está prohibida para la empresa de teléfonos?
¿ Tu voz con la que yo compraba pájaros al día?
¿ Quién puede imitar tu aliento?
¿ Qué silencio apresó tu voz? ¿ Qué sombra es su almohada?
¿Tu voz no puede cantar el blues de mi ciego corazón?
Tu voz son sus ojos.


XCIX

Este invierno come los huesos de todos y debes cantar
sin penitencia,
con los poros sobre tu sonido, arrancar tu nombre
en todo lo que escribes, buscar altos oídos,
rostros de guerreros, altura de mar para tu esplendor.

C

¿ Quién me dice que esta voz no soy yo? El indefinible,
el mago entre huesos y carne, entre sueños y deseos,
entre el tacto y la uva del pezón.
Esta voz soy yo, el hombre bajo la tormenta de los días,
quien modela el fruto del tiempo,
quien vive con la voluntad del misterio.
Y ¿ Quién dice que mi voz no es el dios que canta su
canción preferida?
Decir del sueño del agua que toco con los dígitos del
amor y sé que la muerte es sólo la sombra de un cuerpo
más sutil, más blanco que la página inmortal.


CI

Derrotado no me puedes tocar, estás vestida de miedos.
¿Absurda eres ahora?
¿Congeló tu amor tu perro de miedo?
¿ Te ladra los recuerdos de mí?
¿ El perro huele mis besos, mi sexo en ti aún?
Qué afligida estás de morirte de nadas.
Qué fulgor marchito el de tus manos.
¿ Dónde está la pasión de tu sonrisa?
¿Se la masticó tu perro guardián, tu perro de miedo?
¿ Tuviste ladrando su estupidez?
¿ Qué hueso te come el sombrío?
¿ Qué baba te deja que te nubla los ojos?
Muerta sin mí, muérete de miedo,
ya no regreso atrás, al otro lado del puente.


CII

¿ Qué impulso me hace ir hacia tus muslos, poesía?
¿ Qué deseo alimenta mi latido?
¿Ando conmigo al desbocarse la pasión de tocar?
¿Cómo vivir sin deseo?
¿Quién pudo no amar?
¿Quién tocó la rosa y se humedecieron sus sentidos?
¿Quién no besó el cuerpo abierto de la noche
en las ancas del delirio?
¿ Quién no fue devorado por el tiburón de un sexo?
¿ Retornará así al abismo de sí mismo sin ver
el espejo en una gota de agua?
¿O lágrima de un dios que ríe de sus alcoholes
por las palabras
donde pastan caballos de viejas travesías
que sus cascos se  hicieron horizontes?

CIII


Te borro noche a noche de mi cuaderno niño
de pensar en soñar de amar,
y de tantos borrones eres apenas una sombra.
Me ensucias la memoria los días otros besos;
te saco a patadas de mi latido
te muestro la rabia dulce de mi alma
te olvido a trozos de pan
en cada trago de agua te olvido
te olvido con el amor en la mano
ya muerto de frío como un pajarito
te olvido con la mujer de mi costado;
nunca me hará falta amor para olvidarte
ya no hay en mí el rostro amado
sólo un hueco luminoso que dicen
se llama olvido.
Fantasma mancha como eres te olvido
con toda la furia de tu muerte te olvido:
madre de la ceniza de los besos
llévatela.


CIV

Que me escuche el que crea que el olvido es bueno, miel o girasol,
no uno como el mío que sabe a ceniza y se sabe que la ceniza
ensucia con días, con su insistencia en nombrarte la tierra.
No se me olvida que el olvido es un puente, no le sienta bien
ni el frío ni la mujer más bella que un centavo para comprar el
mundo, porque el mundo vale un centavo, pero el olvido no vale
nada, sólo la pena.

Si el olvido me dijera estoy manco, no tengo cómo saludarte,
sería una bendición, pero la mano es necia, abierta con líneas
de recuerdos.

El olvido no tiene más aventura ni valentía, ni siquiera el asombro
de ver los ojos de la muerte, no escribe ni con el dedo la palabra
sol, no es capaz  de tirar un beso al agua última del llanto,
tiene ganas de dar lástima, en la sal del día, todas las tardes suaves,
la noche.

No sé cuándo se irá este visitante, sus pasos suenan mientras
 intento dormir, no lo quiero ver más en los espejos,
detrás de su nombre van en una sombra los recuerdos:
háganse nubes, lluvias,
que salga después de sus ojos frente a los míos, el arcoiris,
el sol.


CV

No es mucho lo que tengo que decirte,
pocas son las razones de un hombre que ama:
vivir es un número incierto, una fecha que no existe,
un nombre que no tiene letras;
poner la lengua en el mar es conocerse,
si no te ahogas, si no te lleva el abismo.
A pesar de todo te digo,
la voz repite la imagen que mis ojos vieron,
tu esplendor sin orillas
que hace temblar el vino de las botellas,
tu nombre como la memoria de mi oído,
el son de la lluvia, las calles, esconden el país
de tus muslos.
Este pensamiento a solas sin tu belleza,
esta mano que te vio con su tacto,
eso dicen los labios que te nombraron
el párpado izquierdo, y quien me pregunte
sabrá que los ojos son todo el cuerpo y más
sucesivamente la luz desde su hondura,
desde su sabor a cielo, no ignoran tu silencio,
estas palabras mudas, sin sentido,
rozando tus pechos; suena la vida por la sangre
calando en puente de luz, tu nombre ya dicho.


CVI

¿Son los libros escritos la historia secreta de una memoria?

Estar es ser, transcurrir, el idioma desgasta,
no perdona, contiene al tiempo, lo moldea con labios
o voces,
lo retiene desde su imagen constelada.

Pasan los libros ,
hacen visiones
de un aroma, de un roce, de un vaticinio:
una manada de recuerdos al impulso
de la mano que dicta.

¿ Quién escribe de la piel, de los cabellos,
de los espejos que ahondan su ausencia con rostros
fugitivos?

Los libros
tienen su claridad circular,
son ojos de palabras, leen nuestro pensamiento,
la muerte y la vida,
los sueños que angelan el latido
volando como gaviotas sobre el pozo marino
de los tuétanos.

¿ Qué amor es este que va más allá del signo
y del silencio para ser y no pasar?

Es posible crear desde el vacío, el aire alberga
una  irradiación de imágenes.
¿ Qué seres en busca de una memoria, de palabras,
se mueven en la luz de la mano
sin mentir su propia muerte?

CVII

Después de haber muerto en palabras ausentes
de su propio fulgor,
de haberlas amado como sólo el fuego ama
desde la milenaria sangre deslumbrada.
¿ Qué puente buscas? En esa blancura de lo
incierto: mar blanco donde la escritura
es la espuma, los sueños deshechos,
islas habitadas por fantasmas huidos
de una misteriosa memoria
porque todo es memoria cautiva de otra memoria,
ella nos sueña desde su azar.

La escritura es vivir
lo que no se nombra, en esos instantes donde
la alegría es más que la materia o la ira,
tiempo de plenitud;
al despertar la muerte su mirada no nos alcanza
y en sus ojos se asoma la luz de nuestro contento,
más como resplandor que palabra dicha o música.

De llama o sonido lo dispuso la vida
apoyada en el sueño la palabra
dice en el aire su miel,
su furia de amar la inocencia
no en lo alto como vanidad,
ni en el suelo como volante,
sí en un vuelo sin dimensión conocida,
sí el vislumbrar la obediencia del universo,
sí apoyada en el sueño la palabra,
asomada a la raíz del musgo,
al bosque, a las voces de las hojas sabias,
busca labios desde el origen
que la exprese
en nubes o pájaros
que desistieron del olvido.

Y la mano que escribe poco puede decir
de su movimiento absurdo,
guiada por una fuerza ancestral,
su sentido es con el impulso del pájaro
abandonado al puente del viento.

La mano tiene sueños propios, sabe de la llama
dormida, el tacto no olvida la piel del papel,
memoria blanca, memoria vacía,
hasta que el roce enciende las ocultas voces
que detrás de la flama dictan,
como si el verdadero mundo,
la vida allí se hallase.


Todo es memoria sin olvido,
escribir es recordar el instante de la luz,
atenerse al caos de un tiempo,
lejos del orden humano, invisible
a los ojos pétreos, cierto al abismo
que nos invoca con su celebración última,
este segundo en que la vida no es norma
o razón falsa,
sino amor sin sombra de duda,
centro donde el latido
con lo vivo es uno, celoso por cierto
beso prolongado,
resplandece su hondura
por la mano que dicta lo que escribe,
lo dicho en días como estos,
en la noche solitaria hallan su sitio
antes del sueño,
quizá bajo un árbol en una plaza,
en la mañana con planetas de una escuela,
las palabras que la mano dicta
desde un libro,
no olvidan, misterios a vivir, irradian.











                                         















































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