La Poesía

Sé que un poema no puede quitar el hambre ni cambiar la miseria humana, pero su irradiación ayuda a vivir contra toda adversidad. El poema es un sueño que se materializa a través del lenguaje y se recrea en otras utopías en la vida diaria. Escribo porque creo en el mito ancestral y en el poeta como un guardián de ese fuego que es el único que nos devuelve el rostro y nos abriga . el espíritu: el hombre al ritmo de las estrellas y de la hierba; esa quizá es la única nostalgia válida. Sé también que intentar la poesía no tiene sentido si el que la pretende es un personaje antipoético, si actúa en contra de la vida: de ahí la difícil tarea: la poesía nos debe humanizar, sin que esto signifique una actitud ideológica, sino una estética de la existencia.
Pedro Salvador Ale


jueves, 21 de julio de 2011

VOLAR DE HACER VOLAR, POESÍA DE PEDRO SALVADOR ALE

Volar de hacer volar, la poesía de  Pedro Salvador Ale
La música de estos poemas viene de la región que existe
antes que la palabra misma. Y es la tierra de todas las palabras
 que da luz. Abre los rincones más secretos de la lengua
y pone en libertad  a sus demonios y sus ángeles.
Juan Gelman

Blanca Álvarez Caballero*

Volar de ver de volar es el recuento de un ave/músico/poeta, que con su viaje lírico recorre los caminos de la memoria actual, lo mismo de la podredumbre humana, llena de la bajeza de hombres fantasmales, como del volar alto, verde,  hasta lo más sublime del amor entre dos personas.  Volar de ver de volar es un  poemario indiscutiblemente airoso. Propone la libertad como su gran divisa. La libertad de los vuelos que suceden con diversas intenciones y tonalidades rítmicas en cinco secciones que lo componen. Unas veces es aliento, aire, palabra tierna; otras es fuerte sacudida de alas que se indignan ante la conducta humana  contemporánea, vacía de ética, de vivencias positivas, de amor para muchos, lamentablemente.
El libro me recuerda el ojo abierto de una gran pintura de René Magritte con el cielo claro al fondo. Un  ojo abierto en vuelo que da cuenta de la falsedad y la bondad del hombre en su diario transitar por la vida. Me recuerda el trayecto de un ave del mismo pintor, con  alas enormes, siempre descubriendo algo, con el fondo de un cielo estrellado que la guía y la acompaña: el de la poesía.  Me recuerda, además, a los hombres sombríos, otra vez de Magritte, atados a un saco negro con corbata, a los antihorarios del trabajo, al nulo tiempo libre, al nulo tiempo para sí, a la incomunicación existente entre muchos seres producto del neoliberalismo. Atados a la tierra, no son de aire, no vuelan, no se conocen ni reconocen ante los demás, no distinguen, no descubren, no hablan, no respiran, no viven.
De ellos da cuenta el ave, el músico, el poeta de Volar de ver de volar, pues nos muestra la dicotomía entre el aire y la tierra, entre la libertad y la opresión, entre la vivencia y el vacío humanos, entre el realismo y la interpretación surreal de la vida  condensados en  amplios juegos de imágenes a veces en tan pocas líneas. Lo cual habla de un poemario muy sólido en varios sentidos: fuerte por su cadencia rítmica como por su nitidez de imágenes, recio por la crudeza con que varios poemas critican la ausencia de amor a través de varios personajes, fuerte por el lenguaje denunciante con que  ello se muestra, pues uno de los importantes logros del libro es el recurso a palabras libres de cualquier término rebuscado para expresar la indignación humana. Es una  poesía desnuda de palabras y conceptos accesorios.
Ya Juan Gelman ha expresado sobre  la poesía de Pedro Salvador Ale: “La palabra del poeta elude burocracias del lenguaje para que nada interrumpa su fluir… está situada en el centro del habla y ofrece significados no dichos… Un ‘vocerío de imágenes’ habita su invención que corre como un río indetenible” (Gelman, 2004: 7).  Ciertamente, la poesía más reciente de Pedro representa una gran cadena de metáforas, una cadena al infinito con léxico sencillo y con tránsitos rítmicos de largo, largo aliento observados aún en los poemas más cortos, que parecen realizarse solos y, por ello,  refieren la gran maestría que el poeta ha logrado en su oficio  de varias décadas de trabajo.
Volar de ver de volar desarrolla el asunto del poeta como un guía que a través de la libertad de la música de las palabras refiere el orden y el desorden del mundo actual a partir de una poesía realmente asombrosa, que unas veces se congratula y muchas otras sanciona las circunstancias sociales que le toca experimentar. Pero no lo hace con fines pesimistas, sino constructivos, guerreros, como el propio escritor considera debe ser el poeta: un combatiente y una suerte de chamán.  Así se muestra el libro desde el inicio, pues en la primera sección nos revela qué es la música poética, cuál es su utilidad, cuál es la esencia del oficio del músico; asunto válido para quien escribe poesía tanto con letras como mediante partituras de melodías. Nos dice el poeta: “El músico crea mundos, universos, vidas: tiene máscaras,/ un solo rostro; se mira en un espejo de obsidiana y/ encuentra constelación de signos,/ un poema, la memoria en blanco, el ying yang […] arroja su magia, esa red para pescar milagros” (25).
Hacer música, entonces, es la divisa de esta sección porque revela cómo es vivir y escribir desde la libertad e insiste en la necesidad de ella para lograr el equilibrio humano: “La música como sabrán, vuela y hace volar,/ esa levedad del no ser es lo que cuenta” (17), expresa la voz poética, motivo por el cual este primer apartado del libro se titula “Volar de verde volar”, en que se ha tomado al color verde por bandera de la vida, el soñar,  la esperanza,  la libertad de recostarse sobre el pasto mientras se mira a “un árbol de fuego haciéndose esplendor” o se experimenta alguna hierba verde. Es  la libertad musical para “hipnotizar a las más bellas mujeres” y “conmover a los hombres rudos”. El ave/músico/poeta realiza un conjuro, un tipo de iniciación y de advertencia para el viaje que realizaremos, los lectores, por este libro: “Harás música si te desnudas del pasado al amar,/ si danzas bajo la lluvia,/ si cruzas cada día el desierto de tu propio ser,/ las arenas profundas de tu sangre” (22).
Pero también, el poeta/ave/ músico mira constantemente en diversos sitios la demencia de la razón del alma humana en la televisión,  internet, las calles, en todo lugar donde transita. En el segundo y cuarto apartados del libro denuncia los estragos que el ojo consciente observa: “ahora tus oídos no soportan la realidad de los/ ruidos, contagiados por el hielo artificial de/  metales, los plásticos, el estruendo de la ciudad” (49). Hay aquí una deuda, un deber de volar para expresar la deshumanización contemporánea: el hambre de pan, de tierra, de amor, de justicia, en que esta palabra carece de luz porque, denuncia el poeta: “la justicia carece de luz,/ sale el sol para la poesía, el hombre, la mujer que sueña,/ la justicia es un desierto, en el que los obedientes siembran mentiras;/ la justicia es para el poder, la poesía es para los jóvenes,/ la justicia es para el cura, el militar, el inversionista,/ a ellos los mira, los palpa, los reconoce, para ellos trabaja,/ la justicia” (54). Los demás, en ocasiones estamos desprotegidos.
Sección que nos enlaza con la cuarta, titulada “Volar de ver”.  He aquí un llamamiento, la voluntad de abrir los ojos  por los que viven como fantasmas en la marejada neoliberal, en el mundo en que reina el dinero que encadena a mujeres de plástico, a burócratas de cuello blanco, a los corruptos de varios modos.  Seres antagónicos al vuelo, al disfrute de la poesía. Seres que no conocen las sutilezas de la música.  Son los zombis que van y vienen por “la mediocre sombra sin una palabra, sólo ruido, jamás una canción” (91). Los que no saben amar y, por ello,  venden “besos de polvo”, “billetes falsos”; son los que, señala la voz lírica, “te quieren llevar a puertos sin barco ni horizonte,/ sin utopía, sin camino, a una encrucijada donde/ te espera la muerte. Te dirán de un mañana para atarte,/ que te darán manzanas nuevas;/ es otra superstición de fantasmas que ya no fueron” (92). Los que son puro ruido, pura interferencia en la cadena de la comunicación. No establecen diálogos, sólo monologan desde jerarquías e islas que asfixian de tanta verticalidad. No vuelan porque son lineales, carentes de imaginación.
Contrario a ellos, “El músico crea sueños  con los ojos abiertos”  (97). Sueños que son expresados entre estas dos secciones, es decir, en la tercera nombrada sencillamente “Volar”. En ella el ave arriba a los más altos e íntimos parajes: los del amor, el deseo, los dedicados a la mujer y a la propia escritura como temas literarios. Además de ser una pausa entre las secciones de corte de denuncia social, este apartado del libro es una oda a la comunicación de la mente y el cuerpo,  una oda al  amor de pareja, en que la música se disfruta en voz baja, rodeada por el silencio de las miradas  y el regocijo en el lecho que se comparte. Así nos muestra una voz poética: “Con los ojos cerrados escucho a tu corazón hablarme/ de las constelaciones, cuando tus latidos ya no digan,/ no veré las imágenes, se quedará callado también mi pecho, sólo sabré de la voz del/ silencio que surge de las sombras; al abrirse el día/ como el durazno de tus labios, nos miraremos y/ cada uno seguirá con su vida como si sólo el amor/ de verdad, por un instante, hubiese alumbrado este sueño ” (60).
Por su parte, la quinta y última sección, que da título al libro, tiene un distintivo que es además un deslumbrante logro literario: condensar lo desarrollado en el poemario, lo referido por el ave/ músico, ahora  de manera universal y sumamente reflexiva, porque cada texto propone cuestionamientos sobre las relaciones vida/muerte, recuerdo/olvido, tiempo lineal versus tiempo de la creatividad humana, es decir, tiempo de la subjetividad musical, del vuelo personal con sus diversos ritmos, hasta cerrar con el cese del vuelo, de la música;  no sin antes insistir en que, y ésta es la tesis del libro, al margen del tiempo fugaz  y sus consecuencias, como nostalgia, tristeza y ansiedad, entre otras, el instante del vuelo, el momento en que existimos tiene que ser gozado plenamente. El tiempo y la vida son uno en el vuelo del instante. Por  eso el poeta, casi al final del libro  nos recuerda: “Este sol sólo es aquí, en esta vida;/ este aire, sólo aquí; estos labios/ sólo aquí, en esta hora; el amor,/ la pasión, el dolor, sólo aquí, ya;/ la vejez, la muerte, la verdad de/ tu ser, sólo aquí, bajo este sol, ya” (132): el del volar.

Ale, Pedro Salvador (2010). Volar de ver de volar. Eón, México.

Gelman, Juan  “Prólogo”, en Ale, Pedro Salvador (2004). Los reinos del relámpago. Antología (1973-2003). Alción Editora, Córdoba, Argentina.

Reseña publicada en La Colmena, número 69, UAEM, Toluca, México, enero-marzo de 2011.

*Ha realizado estudios de Doctorado en Humanidades, en la UAM-Iztapalapa. Mtra. en Humanidades por la UAEM, México. Poeta, docente y periodista cultural. Ha publicado reseñas, artículos, ensayos y poemas en La Colmena, Ciencia ergo sum, Destiempos, Castálida y cAmbiAvíA, entre otros medios. Tiene publicados tres poemarios por el IMC: Amanecer incierto y solitario (2001), Ausencia del marino (2004) y Odiseo regresa (2008), en conjunto con la Biblioteca Mexiquense del Bicentenario. Ha sido becaria por el FOCAEM en 2004, 2007 y 2011.  Realizó la antología Comunicar la luz, en torno a la obra del poeta Luis Antonio García Reyes (CONACULTA, FONCA, tunAstral, 2005).  Ha participado en diversos eventos literarios nacionales e internacionales. Obra poética suya ha sido incluida en antologías como  Espiral de los latidos. Poesía joven de la zona centro del país  (CONACULTA, FONCA, México, 2002), Sexto maratón de poesía (tunAstral, Toluca, 2004), XIV Encuentro Internacional de Poetas (Michoacán, 2010) y Poesía hispanoamericana actual y poesía española contemporánea (Madrid, 2011).
Correo electrónico: gauchoflorido@yahoo.com

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