Falta de palabra
Si la palabra se asume como un destino, el fundamento es defender una cultura humanista, sin embargo, las pruebas a sortear son continuas: ante la enajenación domesticada en el núcleo familiar, en lo normal y en el mentado “estado de derecho”, la cultura de la palabra aparece como una mutación, un fulgor inapresable para los dogmas del poder institucional en turno.
Los transgresores y los poetas son quienes producen las utopías: esta disidencia la tiene el arte y en él la poesía ocupa el centro de la escena. Todo esto porque el sistema, por lo menos en estas comarcas, no tiene una política sobre la cultura de la palabra, no la hay porque la política se ha separado de la vida en todas sus manifestaciones, es virtual, se ha convertido en el acto de la simulación, una farsa mediática donde se acentúa lo prohibido y lo permitido, en un doble lenguaje, en una doble moral, por lo tanto en una múltiple mentira, que es para ellos lo único real, por lo mismo, para hacer valer la palabra, utilizan medios legales, firmar compromisos por escrito, dejando en evidencia, de que la palabra hablada ha perdido valor, cabalidad, honestidad, olvidan o desconocen, que la palabra es el hombre.
Existe la obligación de hablar con un determinado vocabulario sobre ciertos procesos; es un error creer que el hablar una misma lengua presupone ya la comunicación. El lenguaje de la política como medio de expresión es ya obsoleto, repetitivo ¿ Cómo percibe un funcionario a las mayorías cuando no se descubre nada en común, aunque la lengua sea, al parecer, la misma? Observo que este juego impide la percepción, genera la confrontación , la imposibilidad de encontrarse , de percibirse mutuamente. Es obvio que así no puede existir una relación, entre falta de palabra y opinión masiva.
La cultura de la palabra no está ni debe estar despolitizada, pero no tiene nada que ver con lo que ahora desde el poder establecido, se denomina política, así como lo que consideran “cultura”. El desafío es superar el pasado , evitar las actuales corrientes deshumanizadas del sistema, esa terrible voracidad de enriquecimiento, de prepotencia, de represión que arrastra consigo el fracaso de las mejores causas.
La muerte como estigma de nuestro tiempo, no aparece para la nueva cultura de la palabra como una tentación pesimista e inspiradora, la muerte es patrimonio de los dictados del hambre, la falta de salud, las guerras inventadas , del juego del mercado, del dinero y los atributos del dinero; el gobierno olvida que la irreversible historia del hombre está en la cultura de la palabra, la más antigua memoria del pueblo.
Tengamos en cuenta todo lo que una persona del momento histórico que le corresponde, no puede conocer, porque cualquier idea de lo que puede o debe ser la política y la palabra contemporánea es necesariamente fallida: el Estado, si todavía existe, no es competente, por la desidia ignorante, como tampoco lo son sus funcionarios que mal usan la palabra y menos los críticos comprados para programas de televisión, que actúan como señoras en estad crítica.
Para cambiar esta inercia demagógica, esta falsa dulzura, debe eliminarse todo lenguaje que sólo sirve a la traición, que la opinión debe ser un derecho del individuo, no la agonía como una moneda cotidiana, con la que se tiene que aprender a no morir, en una realidad manejada por lo que conviene, no por la belleza de la palabra fidedigna ni por la justicia, los dos pies con los que debe caminar el hombre, para poder, sencillamente, Vivir. (salvadorale.blogspot.com)
Pedro Salvador Ale
Publicado el 14 de junio de 2011 en la columna Quienes y por qué, de Milenio diario, México.
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